jueves, 28 de octubre de 2010

Premios literarios

Wolfgang Vogt


28/10/2010






Lo que hace emocionante la vida de los escritores son los premios literarios que no sólo dan prestigio, sino proporcionan también en algunos casos grandes cantidades de dinero. Los ganadores de los Premios Jalisco reciben modestos 50 mil pesos, en cambio los premiados de la Feria Internacional del Libro tienen derecho a un cheque de ciento cincuenta mil dólares. Este año recibirá el premio FIL, que antes también llevaba el nombre de Juan Rulfo, la narradora e investigadora literaria Margo Glantz, de la ciudad de México.

El número de premios literarios es inmenso y el lector común y corriente no los puede conocer todos. Muchos llevan los nombres de grandes escritores como el Agustín Yáñez, de Guadalajara, o el Xavier Villarrutia, del Distrito Federal. También son muy conocidos los premios que otorgan grandes editoriales como el Planeta, de España. Los premios no siempre se entregan para estimular la calidad literaria, sino muchas veces, como ocurre sobre todo en España, para fomentar la venta de las novelas. Eso lo sabe el público, pero de todas maneras influyen en su selección de libros las opiniones de los jurados de los grandes premios literarios financiados por las editoriales.

Hace más de veinte años me pasó algo curioso en una librería de París, donde pedí una novela con tema latinoamericano escrita por un autor francés. Me había fijado en este libro por el premio Goncourt que se había otorgado a su autor. Cuando la joven vendedora me entregó la obra me comentó con cara seria que no necesariamente las novelas que habían recibido un premio literario eran las mejores. Le agradecí su comentario y pagué. No tengo la costumbre de leer un libro porque recibió un premio literario, pero sí lo compro cuando tengo la impresión de que me va a gustar. Gracias al premio Goncourt conocí una interesante novela en la cual un joven escritor europeo describe una larga estancia suya en Latinoamérica.

Por lo general no me dejo guiar por los premios literarios, pero éstos a veces me hacen descubrir obras fascinantes. Todavía era estudiante cuando Gabriel García Márquez se hizo famoso en Alemania. Uno de mis maestros ofreció en 1974 un seminario sobre Cien años de soledad, entonces una de las novelas más famosas del "boom latinoamericano." Cuando en 1982 el autor colombiano recibió el Premio Nobel, ya conocía la mayor parte de su obra. En cambio al guatemalteco Miguel Ángel Asturias lo empecé a leer en 1967, cuando se le otorgó el Premio Nobel. Su novela de dictador El señor presidente (1946) ya se vendía desde 1957 en las librerías alemanas, pero no había encontrado muchos compradores. La edición de bolsillo de esta novela se estaba pudriendo en las bodegas, pero en 1967 se agotó rápidamente.

En esta época además de Asturias y García Márquez, el cubano Alejo Carpentier era un narrador muy leído en Alemania y toda Europa. Una de las novelas preferidas de mi padre era El siglo de las luces. El título alemán de este libro es Explosión en la catedral. También Carpentier se hubiera merecido el Nobel, igual que Borges, Rulfo y muchos otros grandes autores latinoamericanos. Sobre todo Borges era uno de los candidatos más fuertes, pero el jurado de Estocolmo nunca lo premió. Algunos suponen que en Suecia nunca se le perdonó su simpatía por la dictadura militar.

A muy pocos autores hispanoamericanos les tocó el Nobel. En realidad son sólo seis. Este año lo recibió Mario Vargas Llosa y veinte años antes, en 1990 lo ganó Octavio Paz.

Vargas Llosa, quien es ocho años mayor que García Márquez, recibió el Nobel mucho más tarde que su antiguo amigo. No se puede negar que hay una relación entre la obra del colombiano y el peruano. Ambos autores empezaron su carrera literaria como militantes de la izquierda y admiraban a Fidel Castro. García Márquez sigue siendo amigo de Castro, mientras Vargas Llosa desde hace mucho abandonó la izquierda para defender más bien posiciones conservadoras. Incluso una vez fue candidato a la presidencia del Perú lanzado por un partido centrista.

Las diferencias políticas entre ambos autores terminaron en graves conflictos personales. Sin embargo las ideas políticas nada o poco tienen que ver con la calidad literaria de una obra, cuando ésta se escribe con fines estéticos y no políticos. Vargas Llosa no sólo destaca como narrador, sino es también un crítico literario conocido. Con una tesis sobre Rubén Darío se graduó como doctor en letras. Un libro suyo sobre Flaubert es ampliamente difundido, pero lo que más llamó la atención del público es un estudio amplio que escribió sobre la narrativa de García Márquez.

Vargas Llosa es un escritor más prolífico que su colega colombiano. Tiene novelas de estructuras complejas y difíciles a leer como La casa verde (1966) o Conversación en la catedral (1969), así como otros libros, cuya finalidad consiste en divertir al lector sin mayores pretensiones literarias. Entre estas últimas destaca Pantaleón y las visitadoras (1975), donde nos hace reír sobre la prostitución en el ejército peruano. Una de sus novelas que más me fascinó es La guerra del fin del mundo (1981), donde describe la lucha del ejército brasileño contra campesinos pobres del norte de Brasil, quienes tratan de fundar un estado religioso independiente, desconectado del catolicismo oficial. 

Gracias al Nobel de este año se da aún más difusión a la vasta obra de Vargas Llosa, que en los países de lengua española es muy conocida, pero que en Europa y Estados Unidos tiene menos presencia. La narrativa de Vargas Llosa es tan extensa y fascinante como la del egipcio Naguib Mahfuz, cuyo nombre también figura en la lista de los Premios Nobel de Literatura. Tal vez pronto le tocará también el premio a Philip Roth, uno de los grandes narradores norteamericanos, quien desde hace años lo espera.

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