domingo, 3 de octubre de 2010

Cultura para quienes aborrecen la cultura

03/10/2010

El articulista y blogger de El País, Hernán Casciari, ha renunciado a los artículos que publicaba los viernes en la edición impresa del periódico, así como al blog sobre televisión que mantenía activo en la edición digital. En una entrada bastante larga, bastante dolida y bastante enjundiosa, en la que relata su calvario como colaborador de El País y La Nación (Argentina), Casciari afirma, a modo de colofón en sus reflexiones sobre el sentido del periodismo en estos tiempos: “...al final del camino cobré lo mismo por hacer la mitad del trabajo, pero ése es justamente el pensamiento rácano del periodismo actual. Mejor sería pensar: ¿tiene sentido que un tipo que escribe tenga que expresarse conforme avance o retroceda la publicidad?”.

Publicidad, ingresos, contenidos
En efecto: cada época tiene sus azotes; y ésta en la que hemos ido a caer, y en lo que concierne a los medios de comunicación, sufre la plaga publicitaria. Los medios de comunicación, sean de la clase que sean, condicionan sus contenidos a la posibilidad de captar anunciantes. Aunque esa es la verdad del barquero. Ningún empresario del sector invierte su capital por amor al arte o, acaso, esos principios pimpolludos que se pregonan en las cabeceras de los diarios (“Independiente”, “Progresista”, etc). Ahora, eso sí, y a la recíproca: tampoco están legitimados para a argüir que gracias a los ingresos publicitarios, las empresas del gremio mantienen activo a un amplio colectivo laboral. El argumento de que “ganando dinero el periódico, todos ganamos”, es una falacia grande como la catedral de Colonia. Nunca antes los medios informativos estuvieron tan obsesionados por captar publicidad, nunca los contenidos fueron tan mínimos, esquemáticos, pueriles y atocinados, y nunca las condiciones laborales de los periodistas fueron tan indignas: desde el becario que trabaja gratis con tal de conseguir una mención en su currículo al redactor veterano que escribe un blog “a resultados” (es decir, cobrando en función de la publicidad captada), el panorama se manifiesta desolador. Y lo peor de todo: con pocas, ninguna perspectiva de mejorar.

Periódicos para quienes no leen periódicos
En esta dialéctica (llamémosla así, por favor, el término me recuerda a los viejos buenos tiempos), entre el factor publicitario y los contenidos apropiados para explotarlo, los dueños, consejos de redacción y redactores jefe han decidido que a los lectores de periódicos no les gusta leer periódicos. Consideran a su parroquia una masa zascandil de apresurados viajeros en el metro, ocupadísimos todo el santo día (no sé en qué andarán tan metidos, con el paro que está cayendo), y sin tiempo, ganas ni luces para echar la vista a un artículo de más de dos mil caracteres. Aunque eso sí: todos están entusiasmados con los cientos de colecciones, separatas, ofertas, cupones de descuento, vajillas, cristalerías, entradas para el cine y mil y una quincallerías que el periódico les ofrece a diario. En suma: se fabrican periódicos para la gente que odia leer la prensa.

Cultura para la gente que aborrece la cultura
Lo de la prensa, tal como señala Casciari en su artículo, es un síntoma. La epidemia parece más grave y mucho más extendida. El cine es otro ejemplo, y me refiero al cine español (con perdón por el oxímoron), edificado en los últimos años a base de películas concebidas para que disfrute la gente que suele aburrirse en el cine, interpretadas por actores que detestan de su oficio todo menos los focos e incapaces de pronunciar la palabra “dicción” sin trabucarse. Y si nos fijamos en otros ámbitos, el diagnóstico es el mismo y el pronóstico igual de incitante a la huida sin retorno: novelas para quienes no leen novelas, poesía para lectores que no entienden las metáforas, música para oídos groseros, estropeados por la megafonía de las discotecas... pondremos ahora un etcétera muy, muy largo.
Siempre ha habido cultura popular, me dirá usted. Pues sí, y lleva razón: siempre la hubo. Pero nunca la cultura masificada, inane, irrelevante y ruidosa, fue presentada con tanta desfachatez como la única posible, la genuina de nuestra época, la verdaderamente “democrática” porque todo el mundo puede disfrutar de ella, a menos que el receptor de esta bazofia haya nacido imbécil en grado anormalmente superlativo. Esto último no parece muy democrático, pero es que la cultura, el gusto por el arte o el sencillísimo gusto de leer tranquilamente un periódico sin que dos mil palabras echen para atrás al sosegado lector, no es algo democrático. Requiere esfuerzo, cuido de uno mismo, cierta inversión de tiempo y dinero para adquirir lo medios adecuados al conocimiento y...
¡Un momento! ¿He escrito “dinero”?  Gastar en cultura es lo más antidemocrático del mundo, me susurran las alertas del Zeitgeist que todo escritor lleva instaladas en su cacumen, y Dios nos libre de contradecir al espíritu de los tiempos. La cultura gratis y sin esfuerzo... eso sí es cultura. ¿No? ¿O no? El único gasto en bienes culturales que la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos está dispuesto a afrontar es la tarifa plana de Internet: entretiene a los niños, ocupa las muchísimas horas muertas de las marujas y, a mayor beneficio, la Wikipedia es un pozo de sabiduría insondable (e imprevisible). Ea, no haya polémicas entonces. A disfrutar de la cultura sin cultura, de los periódicos sin contenidos, de los libros que, por no molestar, no dicen nada, y de la música que se oye en todas partes para que nadie la escuche. Seamos democráticos y sencillos, humildes como ratones de película de Disney. ¡Zeitgeist! Punto polémica.
Casciari es un antiguo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario