lunes, 14 de febrero de 2011

La verdad sobre el caso Mendoza

Estragado de vísceras anda mi buen NandoNan desde que el pasado 2 de febrero leyese en ADN unas declaraciones del potente humorista Eduardo Mendoza, ganador del último premio Planeta de novela (con perdón por el oxímoron), con su pintoresca "Riña de gatos";  según dichas cuales referidas declaraciones: "siempre he vivido convencido, como el resto de los escritores, de que algún día, alguien va a descubrir la impostura y se dará cuenta de que soy muy malo".



Tanto NandoNan como yo suponemos que cuando dice "soy muy malo", el barcelonés se refiere a que es muy mal escritor, no mala persona. Esto último, en España, es imposible. En España, para ser novelista, es condición necesaria e ineludible ser buena persona, biempensante, solidario, progresista, feminista y de una tolerancia rayana en la santidad; o por lo menos estar a favor de la política antiterrorista del gobierno y escribir novelas en idiomas vernáculos con muchas kas de kilo; las kas de kilo kasi garantizan un premio nacional de literatura, como el de Kirmen (ojo con las metátesis) Uribe, otorgado por un jurado que no sabía euskera pero sí entendió perfectamente las instrucciones "de arriba". Total, para regalarle el premio a la cuñada del presentador del telediario, mejor a un poeta amigo de Patxi López. Llegar y triunfar, sí señor: con su primera novela, Bilbao-New York, santo besado. Si llega a titularla Santurce-Castro Urdiales, le cae el Nobel. Como poco. La milenaria y jugosísima tradición literaria en vascuence cuenta con un galardón más y con dos peldaños de decencia menos. Pimpolluda y solemne me ha salido esta última frase, como de artículo de La Razón firmado por José María Carrascal...

¡Ehhhhh! Se va usted por las ramas, don 0ºC, ¿Se ciñe o no se ciñe al tema?

Vale, que ya voy, qué cojones, que ni un excurso metaloquesea puede permitirse uno. Voy.

NandoNan, desde su más tierna adolescencia, adoraba la prosa ingeniosa y caudalosa de Mendoza. Disfrutó hasta el orgasmo platónico con La verdad sobre el caso Savolta y rió como un niño al que hacen cosquillas en la barriguita con los laberintos, las criptas y las aceitunas mendozianas. Imaginen sus señorías cómo le ha sentado la confesión del autor. "Soy muy malo", dice el impío. No malo a secas, vagamente malo o aproximadamente malo. Muy malo. Eso dice.

-No te sulfures, NandoNan de mis calostros, que esto va a ser una boutade -intento consolarle.

-¿Y eso qué es lo que es?

-Una salida de tono ingeniosa, ignaro NandoNan. Lo que quiere decir tu autor capital no es que se considere muy malo, sino que ha tenido que escribir novelas muy malas para conseguir algunas ventajillas en el oficio, como mantenerse en lo alto de la lista de más vendidos o, sin ir más lejos, que le endosen el Planeta.

-Entonces, ¿Riña de gatos es una mala novela? -pregunta NandoNan, haciendo pucheros.

-Una novela muy mala y una mala novela. Una versión pulida, al estilo Mendoza (que escribe mejor, desde luego), del folletín ese de la Dueñas, El tiempo entre costuras. Su mijita de guerra civil, su mijita de fascistas protervos, su mijita de republicanos angelicales y, claro: su mijita de ...

-Pues lo estás arreglando.

Se nos va la mañana, se ahonda el abismo de nuestra incertidumbres y no digamos el de las espantosas certidumbres.

-¿Y no tienes nada mejor que hacer que estar ahí, lloriqueando, por causa de la maldad de Mendoza?

-Hay un par de manuscritos. -reconoce Nandonan -. El negocio va marchando, aunque sólo a medias.

-Pues ponte como si fuese a enteras. Acusa recibo de Murallas bajo la nieve, de Güilma, y lee el primer capítulo. Con su resultado se proveerá.

-¿Y qué hago con Riña de gatos?

-Pero vamos a ver, paráclito de moi: ¿acaso te han regalado esa novela las navidades pasadas y, haciendo de tripas corazón, piensas leerla?

-No.

-¿Nadie te la ha regalado?

-No.

-¿No la habrás comprado?

-Que no... Qué pesado.

-Pues entonces, al respecto, sigue haciendo lo que estabas haciendo: nada.

-Pero, ¿puedo gemir de disgusto?

-Y llorar a cántaras, Nadonan. Pero deja de darme el coñazo. Y lee, joder. Lee un poco. A lo mejor das con algún autor que ni siquiera es buena persona.

Fin de la tragedia, de momento.



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